Por Martha Zamarripa
Durante 30 años los presidentes mexicanos de ese nefasto período (1988-2018) lograron como gran hazaña hacer caer al PIB del 6% al 2%. Fueron incapaces en más de tres décadas, de llevar a México del subdesarrollo al primer mundo. Lo único que hicieron crecer fueron los pobres. Es difícil de creer ahora que esa incapacidad se extrañe.
México y Corea del Sur son el contraste. En el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1987) en que él dice que decide el cambio de modelo económico, los siguientes 36 años serían para empeorar.
Ambos países eran corruptos. Pero Corea del Sur dejó de serlo, avanzó y en veinte años llevó a cabo su transformación industrial. De los años 60 a 1995, en apenas treinta y cinco, el «milagro coreano» ocurrió. En lapso similar, México retrocedió. El PIB se desplomó. Y la corrupción aumentó.
Mientras los coreanos dejaron atrás la extrema pobreza y avanzaban rápidamente en su desarrollo económico – según datos del PIB per cápita, superaron la barrera de los 30.000 dólares – México en cambio vivió grave retroceso.
Cada sexenio hubo nuevos pobres. Y la clase media que se había hecho fuerte con su empleo o negocio, empezó a ser lastimada por cada nuevo gobierno. A la clase media la fueron despojando del bienestar que alcanzó después de años de esfuerzo y trabajo duro.
La clase media para ellos no existió. Hay quienes dicen ahora que desapareció. Pero si no se pertenece a la clase alta ni a la baja, decir que «no hay clase media» es falacia. Está situada desde siempre en medio de las dos.
La clase media trabaja mucho pero se queja poco. Debiera de hablar fuerte y denunciar que no está de acuerdo en perder el acceso a un nivel de vida cómodo, al que tiene derecho porque es pagado con su esfuerzo. A los millonarios sin escrúpulos, los ex presidentes les regalaron (condonaron) sus impuestos y sus no-licitados contratos. A la clase media nada le han regalado. Ha sido desde siempre causante cautiva y la que ha pagado los platos rotos de cada sexenio.
La clase media, que es ignorada, ha ido perdiendo terreno cada día, y no ha querido reclamar derechos que incluían elegir ese nivel de vida que pese a que ahora trabaja más, ya no puede pagar.
¿Qué quiere la clase media? Que sus hijos puedan comprar casa propia sin hipotecar la vida. Que los intereses altísimos que cobran los bancos por un crédito sean reducidos. Que las desfasadas comisiones bancarias estén al nivel del resto del mundo. Que los hijos o nietos accedan a educación privada. Que los seguros de gastos médicos mayores dejen de aumentarse a diestra y siniestra año con año, volviéndolos impagables e incosteables.
Que ir de vacaciones no se convierta en evento extraordinario. Que si se vive en lugares de clima extremoso se siga disfrutando de aire acondicionado y calefacción. Que comprar un auto no sea deuda interminable. Que le dejen de empequeñecer sus ingresos. Que cuando la vejez se acerque, en vez de incertidumbre se tenga certeza.
La clase media paga impuestos. No recurrió nunca a condonaciones fiscales, como la clase alta. Tampoco espera becas ni apoyos de un programa social como la clase baja.
La clase media quiere dejar de ser invisible. Y que no la hagan perder su nivel ni modo de vida que durante años costeó con su trabajo. La clase media se niega a vivir hipotecada. La clase media necesita hablar en voz más alta para ser atendida. ¿Quién va a empezar?